marzo 13, 2015

Gloria y condena de una vida azarosa (IV parte)

Penúltimo fragmento de la conferencia impartida el 30 de junio de 2014 en la sala María Zambrano del CCHS (Centro de Ciencias Humanas y Sociales) del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) durante el Simposio Internacional sobre la poetisa, escritora y dramaturga hispanoamericana, Gertrudis Gómez de Avellaneda :

La divina Tula: Gloria y condena de una vida azarosa (1843-1846)


Manuel Lorenzo Abdala


Caricatura de la Avellaneda. El Fandango, junio de 1845.

1845.
Durante el cuatrienio que nos ocupa[1] la corona necesitaba apoyo mediático para ganar prestigio y mantener la estabilidad política. El país llevaba años de desequilibrio y Europa la miraba con recelo y gran preocupación. Había llegado la hora de parar el progresivo deterioro. En la poesía, la política encontró un filón para sus propósitos. Los sectores políticos y financieros aprovecharon el talante y fuerza creadora de la poetisa con otros fines.

Comenzado el año de 1845 los periódicos de la corte daban a conocer la noticia de un controvertido certamen poético patrocinado por el famoso banquero, Vicente Bertrán de Lis. El objetivo, como ya se sabe, era premiar las tres composiciones métricas que más dignamente celebrasen el rasgo de clemencia con que la joven reina ofreció al indultar de la pena de muerte a varios sentenciados por un movimiento insurreccional el año anterior.

Bertrán de Lis[2], conocido por su “liberalidad y sentimientos generosos” costearía la impresión de las obras gratificadas por la que se otorgarían jugosas cantidades dinerarias[3]. Los requisitos mínimos exigidos y las severas reglas del certamen[4] provocaron que varios periódicos emitieran comentarios que dejaban entrever la posibilidad de cierto amaño en el concurso[5].

La Avellaneda inspirada y creyendo ciegamente en el magnánimo acto de la reina, compuso dos odas y las remitió al Liceo antes de finalizar el plazo establecido. Una bajo su propio nombre y la otra bajo el nombre de un medio hermano sin advertir que al presentar dos o más composiciones, aun dado el caso de recaer la censura favorable en más de una, solo se adjudicaría un premio.

Febrero y Marzo fueron dos meses terribles para la futura mamá: sudoraciones, nauseas, dolores de cabeza… Los médicos temían lo peor, pero finalmente nació una niña que, según se dice, “era el vivo retrato de su padre” por lo que no había dudas respecto a la paternidad.

Cuando Brenilde nació -así llamó la Avellaneda a su hija- los médicos detectaron una rara afección en el cerebro. A los pocos días tuvo varias convulsiones debido a la eclampsia sufrida por la madre durante el embarazo. Las convulsiones de la pequeña se repitieron con los días, con las semanas aumentaron y con los meses se hicieron insoportables. Muy pronto todos comprendieron que Brenilde tendría los días contados.

A duras penas, la Avellaneda se recuperó del parto y de su nueva situación personal. Pero su lucha la dirigió, principalmente, a conseguir que el padre conociese la pequeña antes del fatal desenlace.

En junio, al conocerse el nombre de los premiados, llegó la gran sorpresa: entre todas las odas presentadas la comisión juzgó digna del primero a la oda[6] autoría de un desconocido Felipe de Escalada, y del segundo a la  firmada por la propia Avellaneda[7]. Se declaró asimismo no haber lugar para un tercer premio por no considerar el resto de composiciones merecedoras y dignas del certamen.

Inmediatamente todos los periódicos se hicieron eco de la noticia y los comentarios sobre la verdadera autoría del primer premio pronto estuvieron en boca de todos.

La Avellaneda, desbordada por los sucesos que agravaban su situación personal, remitió al liceo un oficio reconociendo que la oda benefactora del primer premio era de su autoría y no de su hermano, y que siendo ella merecedora igualmente del segundo, renunciaba al mismo. El Sr. Bertrán de Lis, al ser informado de lo acontecido, ordenó a la junta se le adjudicaran ambos premios a la joven al no ver inconveniente en ello y por considerarlo estimables de la ilustre poetisa[8]. Y la llama no hizo más que avivarse en la prensa madrileña.

Los periódicos contrarios al gobierno de Narváez quizás no equivocaran del todo sus juicios respecto al concurso. Pero erraron al lanzar tantos dardos sobre la persona equivocada. La Avellaneda no fue la culpable de los posibles entresijos del certamen (Ella creía firmemente en las piadosas intenciones del mismo y en la supuesta magnanimidad de la reina). Sus dos composiciones, cargadas de gran patriotismo, enaltecían los rasgos misericordiosos de la joven reina y justamente eso es lo que se buscaba.

Amargos días hubo de sufrir la poetisa con burlas, epítetos e ignominias que se sucedieron. Penosas composiciones[9] vieron la luz impunemente por aquellos días aprovechando la libertad de prensa que se había instalado en el país no hacía mucho. Los desencantos, con toda seguridad, fueron mayores que las dichas. La Avellaneda tropezó con muchas bajezas en su camino, lo dijo ella misma en tres cartas[10], las más esclarecedoras y duras misivas de todas las escritas a Ignacio de Cepeda. En ellas describe cómo se siente, y lo que cree acerca de los acontecimientos que rondaron su vida por aquellas gloriosas e infernales jornadas[11].

El certamen le valió a la escritora, entre otras cosas, para hacerse meses más tarde con la dirección de La Gaceta de las mujeres, publicación que comenzó llamándose El defensor del bello sexo y que a partir del uno de noviembre se llamaría Álbum de las damas. Este último cambio de nombre pudo estar relacionado con una extraña polémica surgida entre ella y su amigo Nicomedes Pastor Díaz que era Secretario del Banco de Isabel II.

El desafortunado mal entendido (supuesta negativa de Nicomedes Pastor Díaz como colaborador en las publicaciones de la escritora) fue posteriormente aclarado gracias a la intermediación del escritor y diputado Pedro Sabater[12], idólatra de la poetisa en grado muy superior. El diputado valenciano era a su vez íntimo amigo de Ramón María de Narváez.

 El clamor público en su edición del 30 de octubre de 1845, insertó en sus páginas una curiosa carta de la Avellaneda aclarando los pormenores de la polémica. La maniobra fue orquestada desde la redacción del periódico El globo (enemigo de la poetisa y del gobierno), encargado de sacar a la luz el escándalo. En realidad el objetivo de ambos periódicos era el de hacer daño, en otro sentido: el político.

La poetisa, sin proponérselo, se comprometía cada vez más con la clase política. Y es sobradamente conocido que a través de los tiempos el poder (el gubernamental y el fáctico), ha utilizado a los intelectuales para hacer valer sus doctrinas.

Y en medio de todo aquello la salud de Brenilde, empeoraba. Noviembre se presentó terrible, la niña se moría. La Avellaneda, en su tremenda desesperación, absolutamente turbada la razón, gemía y aullaba a espaldas de la sociedad, la misma que le adulaba en parte y en parte la criticaba.

Pocos días antes del fatal desenlace –casi en la locura-, escribió a Tassara una desgarradora carta, especie de poema rogatorio y a la vez ultimátum dramático. Su lectura conmueve, sacude y hasta  desangra[13].

El nueve de noviembre falleció la pequeña. “Tan pronto expiró Brenhilde, Tula llevó un pintor para que hiciera un retrato de su hija a fin de perpetuar su memoria (…)”[14] Fue enterrada de nicho en el cementerio de la puerta de Fuencarral como hija de Gabriel García Tassara y de Gertrudis Gómez de Avellaneda[15].

Ramón María de Narváez fue protector y amigo íntimo de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Sin dudas facilitó a la poetisa el camino para su rápido ascenso y muchas relaciones. A cambio pudo utilizar la fuerza y el poder intelectual de ella, para hacer valer sus doctrinas, las del gobierno. Nada más.

El reino de España, a pesar de la estabilidad política lograda con el gobierno de Narváez, tenía un capítulo pendiente por resolver: se trataba a nivel europeo el controvertido matrimonio de la joven Isabel II.

Entre los candidatos propuestos para el conveniente enlace, figuraba el conde de Trápani[16]. Esta candidatura, propuesta inicialmente por Juan Donoso Cortés, era la defendida por Narváez y por un amplio sector del gobierno.

El posible enlace entre Isabel II y el conde de Trápani lo creían muy beneficioso las grandes potencias europeas como: Inglaterra, Francia y hasta el mismísimo reino de Las Dos Sicilias que tardíamente reconoció la ascensión al trono de Isabel II. En contra estaban Austria (imperio que no tenía mucho peso frente las potencias antes mencionadas) y una fracción española que pensaba había demasiados borbones en el poder y que creían al conde napolitano bajo las garras de los jesuitas, orden religiosa expulsada de España diez años antes.

Narváez, oído el parecer y puesto de acuerdo con el duque de Frías y con el propio Juan Donoso Cortés, eligió a la Avellaneda como la intermediaria ideal entre el Estado y el editor estrella del momento (Benito Hortelano), para gestionar un periódico que defendiera la candidatura del conde napolitano. Al parecer la joven y premiada escritora, poseía la capacidad necesaria para tratar temas muy complejos que le competían al Estado[17]. El gobierno de Narváez debía resolver un asunto muy urgente: poner en circulación inmediata un periódico que fuera capaz de competir con otro que, además de haber ofendido al general, desestimaba la candidatura Trapani para el enlace con la Isabel II.

Esta mediación no llegó a fructificar por culpa de unas funestas declaraciones del conde Trápani. La historia fue conocida gracias al propio Benito Hortelano narrada en sus Memorias y corroborada de alguna manera por el historiador Antonio Pirala. Además, el tema fue tratado ampliamente hace sesenta años por una revista de la Diputación Provincial de Madrid[18] y vuelto a tratar posteriormente en un suplemento del periódico ABC[19].

(El último fragmento de la conferencia se publicará, como homenaje por el 201 aniversario del natalicio de la poetisa, el próximo 23 de marzo).



Notas:



[1] El artículo original analiza los años de 1843, 1844, 1845 y 1846.

[2] cfr. “Preludio para un iluminado bicentenario IX” en La divina Tula, 23-11-2013.

[3] Por la primera de las obras se entregarían 6,000 reales. y 3,000 por las otras dos, generosas cantidades si se tienen en cuenta que el salario anual de un diputado de provincias por aquella época era similar a la cantidad ofrecida por el primero de aquellos premios.

[4] cfr. El Heraldo, 10/01/1845, p 4 (La nota está firmada por Juan Nicasio Gallego)

[5] El Eco del comercio auguró “posibles batallas entre literatos” y vaticinó un polémico desenlace para el certamen al publicar que “más terribles serían las polémicas que se suscitasen después de la contienda”. Lo cierto es que nadie imaginó el verdadero resultado final.

[6] ODA EN LOOR DE LA MAGNÁNIMA PIEDAD DE S.M. LA REINA ISABEL SEGUNDA. Poesías, 1850, pp. 211-216.

[7] LA CLEMENCIA. Poesías, 1850, pp. 217-220.

[8] La entrega de los premios tuvo lugar en el magno salón de sesiones del Liceo madrileño el 19 de junio de 1845 y fue considerado uno de los más importante acontecimientos del año. El infante D. Francisco ciñó sobre la frente de la poetisa dos coronas, una de laurel y otra de oro. La Avellaneda contestó improvisando una octava que dejó al público sin respiración. A los pocos días la poetisa fue invitada por la Casa Real a pasar unos días en los Reales Sitios de La Granja y El Escorial donde compuso varios poemas.

[9] Cfr. El fandango 15/07/1845, “Sublevación mujeril”, uno de los mayores alegatos, misóginos por excelencia, compuestos en el siglo XIX, llenos de rencor y odio hacia las mujeres. Cfr. igualmente  “Preludio para un iluminado bicentenario X” en La divina Tula, 29-11-2013.

[10] Cfr. en Autobiografía y cartas de la ilustre poetisa (Cruz de Fuentes, 1914), las cartas 30, 31 y 32 de 24 de junio, 5 y 25 de julio de 1845.

[11] “Abrumada con el peso de una vida tan llena de todo, excepto de felicidad; resistiendo con trabajo a la necesidad de dejarla; buscando lo que desprecio, sin esperanzas de hallar lo que ansío; adulada por un lado, destrozada por otro; lastimada de continuo por esas punzadas de alfiler con que se venga la envidiosa turba de mujeres envilecidas por la esclavitud social; tropezando sin cesar en mi camino con las bajezas, con las miserias humanas; cansada, aburrida, incensada y mordida sin cesar..., he aquí un bosquejo de esta mi existencia, que tan fausta y brillante te finges”.

[12] Cfr. “Preludio para un iluminado bicentenario XIII” en La divina Tula, 20/11/2013.

[13] Cfr. Mario Méndez Bejarano en Tassara, nueva biografía crítica. Madrid, 1928, pp. 49-51.

[14] Cfr. Grades Fernández, Antonio. Constantina en la Historia (un relato a través de los siglos) Instituto de Gestión Gordios (Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico), Sevilla 2010. 414 páginas. Y se agrega: “A primera vista el rostro de la niña, quizás idealizado por el artista, da la sensación de estar lleno de vida”. No hemos tenido ocasión de ver el retrato.

[15] Transcripción de la partida de defunción de María García Gómez de Avellaneda (Brenilde) en Tassara, nueva biografía crítica. Mario Méndez Bejarano. Madrid, 1928. p 207 (nota 7)

[16] Hermano menor de Francisco II, rey de Nápoles, y tío de la reina casadera, pues era hermano de María Cristina, la reina madre.

[17] Cfr. “Preludio para un iluminado bicentenario XII”, La divina Tula, 12/11/2013.

[18] Cfr. Revista Cisneros, septiembre de 1954, p. 46.

[19] Cfr.  Blanco y Negro, 26/10/1957, pp. 109-110.

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