octubre 11, 2013

PRELUDIO PARA UN ILUMINADO BICENTENARIO (VIII)

Recorte del periódico El semanario pintoresco español (Nº 60, 29 de junio de 1845. p-5)
 
 
Un certamen poético en medio de un revés
 
Los primeros días del mes de enero de 1845 todos los periódicos de la corte daban a conocer la noticia de un curioso certamen poético anunciado en el Liceo de Madrid. El objetivo era premiar las tres composiciones métricas que más dignamente celebrasen el rasgo de clemencia con que S.M. la Reina Isabel II acabada de brindar al indultar de la pena de muerte a varios sentenciados por un movimiento insurreccional ocurrido el año anterior.
 
La maravillosa idea se le ocurrió al multimillonario banquero Sr. D. Vicente Bertrán de Lis, muy conocido por su “liberalidad y sentimientos generosos”, el cual prometía además costear la impresión de las tres obras gratificadas. Por la primera de ellas se entregarían 6,000 rs y 3,000 por las otras dos, generosas cantidades si se tienen en cuenta que el salario anual de un diputado de provincias por aquella época era similar a la cantidad ofrecida por el primero de aquellos premios.
 
La junta gubernativa del Liceo, después de haber aceptado con gran entusiasmo “tan distinguida muestra de amor a la humanidad y de celo por el fomento de las letras españolas”, encargó a su sección literaria la realización de las normas para el concurso. Para ello se nombró una comisión integrada por cinco jueces censores encargados de presentar un programa para dar a conocer a todos los poetas que aspiran a optar por los jugosos premios.
 
La presidencia de dicha comisión recayó sobre el Sr. D. Juan Nicasio Gallego, que estaría secundado por los Sres. D. Joaquín Francisco Pacheco, D. Juan de la Pezuela, D. Ramón Mesonero Romanos y D. Antonio María Segovia, todos casualmente, muy amigos de la Avellaneda.
 
El concurso a celebrar consistiría en una oda que además de las cualidades propias del género, debería reunir una serie de requisitos mínimos. A continuación transcribimos las normas que deberían cumplir los versos que conformarían las odas que se presentasen a concurso, y que hemos extraído del periódico El Heraldo, publicado el 10 de enero de 1845:
 
  Constará de 120 versos por lo menos, ó de este número en adelante, siendo todos ellos rigurosamente aconsonantados, de manera que no quede uno solo libre o suelto.
Estará dividida en estrofas o estancias regulares, formadas al arbitrio del autor, pero todas ellas iguales entre sí en el número de versos y en su construcción métrica.
Las composiciones se dirigirán a la secretaría del Liceo de Madrid, de manera que se encuentren en ella el día 25 de febrero próximos, y las que se recibieren después no optarán al premio.
Acompañará a cada una un pliego cerrado y sellado que contenga el nombre y lugar de residencia del autor; y en la parte exterior un dístico, mote o lema igual al que distinga a la composición.
Por si a alguno ocurriere presentar dos o más composiciones, se advierte que aun dado el caso de recaer la censura favorable en más de una de ellas, solo se adjudicará un premio, llamando a optar en seguida a aquella de las obras presentadas por los demás autores que más se acerquen al mérito de las primitivamente designadas.
El recibo que de cada composición se dará en la secretaría del liceo, servirá de contraseña después del día de la adjudicación de los premios para recoger las obras no coronadas.
 
Las exigentes normas del certamen provocaron que varios medios de prensa (no afines a la poetisa), emitieran comentarios que dejaban entrever la posibilidad de cierto amaño en el concurso que parecía estar hecho a la medida de la Avellaneda. Algunos periódicos auguraron posibles batallas entre literatos, “¡Terrible será el combate!” Podemos leer en El eco del comercio, gaceta que además agregó: “¡Terribles también habrán sido los previos manejos é invocación de padrinazgos de los aspirantes á los premios!” Y por si esto fuera poco, el mismo periódico vaticinó un polémico desenlace para el certamen al publicar que “más terribles serían las polémicas que se suscitasen después de la contienda” El eco del comercio nunca imaginó el verdadero resultado final.
 
Cuando Gertrudis Gómez de Avellaneda, retirada en su casa debido a su estado de buena esperanza y a la vez de mala salud, se enteró del concurso puso manos a la obra. Muy inspirada, y creyendo ciegamente en el magnánimo acto de la reina, compuso dos odas que envió al Liceo. Una bajo su propio nombre y la otra bajo el nombre de Felipe Escalada, su hermano menor. La Avellaneda no tuvo en cuenta el punto en que se advertía que al presentar los autores dos o más composiciones, aun dado el caso de recaer la censura favorable en más de una de ellas, solo se adjudicaría un premio.
 
Llegado el 25 de febrero se cerró el concurso y los jueces, descontentos por las insinuaciones de la prensa y también por lo precipitado del cierre, decidieron prorrogar el plazo de recepción de obras hasta finales de mayo.


Según hemos podido comprobar en la prensa de aquellos días, el jurado inicial tuvo algunas variaciones. Todo parece indicar que D. Juan Nicasio Gallego renunció a la presidencia, entrando a formar parte del jurado un nuevo secretario. Pero no está muy aclarado el asunto. Con cambios o no en la comisión, ningún integrante de aquel jurado podía saber con certeza que la aquejada poetisa había participado. La Avellaneda se servía entonces de una secretaria que transcribía sus trabajos, por lo que su letra no podría ser reconocida por nadie. Todos la creían, además, de reposo en su casa, dedicada únicamente a los ensayos de su obra Egilona que finalmente no pudo estrenarse por la indisposición de uno de los actores, que fue lo que se dijo por aquellos días. Aunque con el tiempo se supo que la enferma era la propia poetisa.
 
Marzo y abril fueron dos meses terribles para la Avellaneda. La diabetes que sufría le jugó una muy mala pasada e influyó negativamente en su estado: sudoraciones, nauseas, dolores de cabeza… Los médicos temían que la poetisa no superara aquel parto, el cual se presentó, doloroso y lento, en los primeros días de abril. Cuarenta y ocho largas horas hubo de durar aquella pavorosa contienda. Los médicos y comadronas que la asistieron se vieron obligados finalmente a utilizar fórceps porque el bebé estaba mal posicionado en el útero. Se temía lo peor.
 
Pero Dios no lo quiso y finalmente nació María Brenilde, una hermosa niña que era el vivo retrato de su padre por lo que no había dudas en cuanto a la paternidad. Gabriel García Tassara tenía que ser el padre porque la genética lo delataba.
 
Cuando María Brenilde nació los médicos se dieron cuenta enseguida que algo no iba bien. Detectaron una rara afección en el cerebro. A los pocos días la niña sufrió varias convulsiones debido, posiblemente, a la eclampsia sufrida por la madre durante el embarazo. Las convulsiones de la pequeña se repitieron con los días, con las semanas aumentaron y con los meses se hicieron insoportables. Muy pronto todos se dieron cuenta que Brenilde tendría los días contados.
 
Muy a duras penas, la Avellaneda se recuperó del parto y de su nueva situación personal. En mayo pudo reiniciar sus actividades literarias. Pero su lucha principal la dirigió a brindarle el mayor amor posible a su hija e intentar conseguir que Gabriel García Tassara viniese a conocer la pequeña. Se había olvidado hasta del famoso concurso.
 
Ajeno y paralelo a todo lo anterior la nueva comisión del certamen poético había tomado una decisión. El 8 de junio se celebró una reunión extraordinaria en el Liceo de Madrid donde se abrieron los pliegos que debían contener los nombres de los premiados. Y llegó la gran sorpresa: entre todas las odas presentadas la comisión juzgó digna del primero a la oda autoría de D. Felipe de Escalada, y del segundo a la composición firmada por la propia Gertrudis Gómez de Avellaneda. La junta declaró asimismo no haber lugar para la adjudicación de un tercer premio por no considerar el resto de composiciones tan merecedoras y dignas del mismo.


Inmediatamente todos los periódicos de la corte se hicieron eco de la noticia y los comentarios sobre la verdadera autoría del primer premio muy pronto estuvieron en boca de todo Madrid. Algunos literatos sabían que D. Felipe Escalada era el menor de los hermanos de la Avellaneda. Las predicciones sobre las terribles polémicas hechas meses antes por el periódico El eco del comercio se hacían realidad, desgraciadamente, para la sufrida poetisa.
 
La Avellaneda, desbordada por los sucesos que agravaban su situación personal, remitió al liceo un oficio reconociendo que la oda benefactora del primer premio era de su autoría, no de su hermano, y que siendo ella merecedora igualmente del segundo, renunciaba al mismo. El Sr. Bertrán de Lis, patrocinador del certamen, al ser informado de lo acontecido, ordenó a la junta se le adjudicaran ambos premios a la Avellaneda al no ver inconveniente en ello y por considerarlo estimables de la ilustre poetisa.
 
Y la llama no hizo más que avivarse en la prensa madrileña. La polémica estaba servida en bandeja de oro y plata. El concurso elevó a la poetisa a la cúspide de la fama.
 
Continuará…
 
Manuel Lorenzo Abdala
 
 
 
Bibliografía consultada:
Semanario pintoresco español, Revista literaria El español, La posdata, La esperanza, El heraldo, El eco del comercio, El espectador, El fandango.
(Hemeroteca, BNE)


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