mayo 31, 2013

A UNA VIOLETA

 
 

A mediados de 1837 Gertrudis Gómez de Avellaneda mantiene una intensa relación amorosa con el joven Mariano Ricafort, hijo del capitán general de Galicia -de igual nombre- que guarnecía La Coruña, ciudad donde ella residía por entonces. Durante los dos años que Gertrudis Gómez de Avellaneda se mantiene en esta ciudad gallega vive una especia de encierro, menosprecio y aislamiento, impuesto principalmente por su padrastro y demás familiares políticos que le provocan una tristeza infinita.
 
El joven Ricafort, muy sensible en muchos aspectos, se apiada de la bella joven. Noble y lleno de delicadezas al principio, se muestra sin embargo algo humillado después por la superioridad que le atribuye. En esos momentos, Tula, el ave canora del trópico, compone ya poesías y estudia compulsivamente en una biblioteca de La Coruña. A pesar de las desavenencias, él le propone matrimonio porque está enamorado, la ama de verdad.
 
Talento, placeres, todo parece aniquilarse en la vida de la Avellaneda: solo deseaba llenar las severas obligaciones que iba a contraer porque sus pesares domésticos pesaban demasiado. En medio de semejantes tribulaciones compone el poema que presentamos hoy, A una violeta (La Coruña, junio de 1837), así como también A la poesía, A una mariposa, A mi jilguero… composiciones todas en las que se aprecia la imperiosa necesidad de expresar sus sentimientos a la naturaleza y a las cosas, sus únicos compañeros de "desilusión".
 
Gracias a Dios aquella unión entre Ricafort y Tula no pudo verificarse porque los dos eran altivos y ninguno quería depender de las familias de ambos: los intereses económicos de la Avellaneda estaban entrampados en manos de su padrastro y Ricafort no contaba sino con un sueldo mal pagado. Poco después fue depuesto Ricafort padre y el hijo tuvo orden de reunirse a su regimiento. La Avellaneda se fue igualmente, pero junto a su hermano destino a Andalucía para conocer la familia paterna. Nunca más volvió a ver a Ricafort… La guerra como un monstruo insaciable devoraba cada día gran número de víctimas.
 
 
Manuel Lorenzo Abdala
 

 

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