agosto 03, 2012

MEMORIAS DE 1838 (V parte)

Ría de La Coruña. Grabado del siglo XIX


SEGUNDO CUADERNILLO
Galicia
La Coruña (2ª parte, continuación y final)

Es ella sola, querida Eloísa, una pequeña península que debe a su localidad la salubridad de sus aires y su aspecto risueño y agradable. Está dividida en ciudad nueva y vieja y la defienden los castillos de San Antón, San Diego y San Clemente. Se dice que su nombre actual es un derivado de Columna, nombre que tuvo antiguamente por estar en ella la Columna o Torre de Hércules, obra que aseguran ser de los romanos, y en la cual está ahora la Farola o Farol, que se ve desde el mar a una gran distancia. [ver nota 1]

Aspecto que ofrecía la Torre de Hércules en 1836. Recreación sobre una foto de mediados del siglo XX

Toda la Torre es de piedra de sillería, y para llegar al farol creo haber subido hasta 250 escalones de una escalera de caracol bastante cómoda. La parte antigua de La Coruña es, generalmente, designada con el solo nombre de ciudad, y la nueva con el de Pescadería. La ciudad es irregular, el piso desigual, con muchas cuestas, y las calles angostas y torcidas la mayor parte; pero la Pescadería es limpia, hermosa y alegre. Las calles principales de La Coruña todas están magníficamente embaldosadas, y en la Pescadería hay algunas bastante rectas y anchas. La calle Real es la más estimada, así por la regularidad de sus casas como por ser muy concurrida, pero la de San Andrés es más ancha.
Hay varias fuentes, algunas muy buenas, que abastecen de agua a la ciudad, pero no se conocen los pozos ni aljibes, ni hay fuentes en las casas como en Sevilla y otras partes.

Rúa San Andrés en pleno siglo XIX. Nótose la fuente de agua en medio de la calle

Me ha chocado que en una población que es la primera de Galicia y que ocupa un lugar entre las mejores de España, no se encuentre un templo correspondiente, ni un buen teatro, ni un colegio, ni ningún edificio sobresaliente. Ninguna de sus iglesias es digna de particular mención; el teatro que hay nada ofrece de bueno, y las únicas cosas que se enseñan a los forasteros son La Palloza, que es la fábrica de tabacos, y la fábrica de cristales.

La Palloza, al fondo se observa la fábrica de tabacos (La foto corresponde al siglo XX)


En la Pescadería [barrio de La Pescadería] está el teatro; cuando salí de La Coruña se trataba de hacer otro mejor en el local en que existió la iglesia de San Jorge, recientemente demolida [Se refiere al actual teatro Rosalía de Castro]. También están en la Pescadería la casa de Correos, intendencia, consulado y las principales fondas y cafés; pero en la ciudad vieja está el palacio del capitán general y la Audiencia. La mayor parte de las familias nobles del país viven en la ciudad vieja, porque tienen allí casas propias, y la Pescadería está principalmente habitada por los empleados, comerciantes y forasteros. Sin embargo, los mismos que viven en la ciudad se apresuran a dejarla a las horas que sus ocupaciones se lo permiten, y bajan a buscar ávidamente el bullicio y animación de la Pescadería.

Actividad portuaria en La Coruña a mediados del siglo XIX

Empiezan a hacerse dos nuevos paseos; mas hasta ahora sólo ha existido una alameda en la Pescadería, nada bonita, pero muy concurrida en las tardes de verano y en las mañanas de invierno.
Otro punto hay de reunión, donde se pasea muchas veces con preferencia a la alameda, principalmente por las noches en verano, y lo llaman Cantón. En las largas tardes de junio, julio y agosto, el paseo es regularmente fuera de puertas, a un gran barrio que llaman Santa Lucía; al anochecer bajan a la alameda, y siempre se termina en el Cantón.
Eloísa, en los primeros días de mi venida a Europa, hallaba muy menos decentes y suntuosos los paseos de por estos países que los de nuestra Isla. Aquella multitud de carruajes, el ruido que formaban, el lujo de las damas que muellemente sentadas ostentaban en los elegantes quitrines esas gracias seductoras, que la Naturaleza otorgó con más prodigalidad a las hijas de Cuba que a ningunas otras mujeres de la tierra. Todo me parecía propender a dar a nuestros paseos más atractivos que a los paseos de Europa. Por otra parte, no estando habituada, como lo sabes, de andar a pie, me cansaba al momento y no tardaba a rendirme totalmente, en medio de la más lúcida tarde de paseo, teniendo muy luego que sentarme o volver a casa, maldiciendo de todo corazón la malvada costumbre de pasear a pie. ¿Te confesaré que en el día pienso de un modo opuesto?... Habituada ya a estos paseos, me gustan cien veces más que los nuestros, que me parecen verdaderamente hasta sosos y cansados. En efecto, ir sin hablar con los demás paseantes, cada pareja metida en su carruaje, siempre en la misma posición y sin otro interés u objeto que lucirse, es cosa bien fastidiosa.

Famoso paseo de Los Cantones en La Coruña


Aunque hay muchos cafés en La Coruña, ninguno es sobresaliente. También hay gran número de tiendas de géneros y lencería, pero todas presentan un exterior harto poco lucido y ni aun decente, si se comparan con las de Cuba, Cádiz y Sevilla, tan lujosamente adornadas. Hay una Biblioteca pública y un gabinete de lectura perfectamente surtido. [ver nota 2]
A todo americano debe chocarle de una manera muy desagradable la pobreza de Galicia. En los días primeros de mi llegada a La Coruña me melancolizaba ver por las calles una tropa de mendigos, cubiertos de trapos asquerosos, sitiar al forastero, importunar y hacer mil bajezas para obtener una moneda de cobre: la misma mendicidad en nuestra hermosa Cuba no es tan repugnante con mucho como la de Galicia, y yo no había visto todavía este exceso de miseria y de degradación humana. Padecía mi corazón cada vez que salía a la calle, cada vez que me ponía al balcón, y viniendo de Bordeaux, donde no se ve un mendicante, no podía dejar de hacer reflexiones muy dolorosas sobre nuestra metrópoli.
El comercio de La Coruña, aunque bastante decaído, aún es considerable, y la afluencia de forasteros le da, principalmente en la Pescadería, mucha vida y movimiento. Sin embargo, no habiendo yo estado hasta entonces en población ninguna en que no hubiese carruajes, me parecía, especialmente por las noches, notar en La Coruña un aire de tristeza y languidez, echando de menos aquel estrepitoso y alegre ruido de los carruajes a que mi oído estaba acostumbrado.
La Coruña es, a mi entender, la ciudad de Galicia donde se encuentra un trato más fino; pero no será, sin embargo, el trato, en manera alguna, una de las ventajas que celebre el forastero en ella, pues además de la poca sociabilidad que hay por lo general en el carácter gallego, los chismes, murmuraciones, rivalidades y etiquetas hacen desagradable la sociedad poca que puede tenerse.

Mariscadoras en el puerto de La Coruña, siglo XIX


En la clase baja del pueblo es grande la pobreza, el desaseo y un abandono, una ignorancia tan crasa, que no sabré expresar cuánto me sorprendió. He dudado a veces, tratando gallegos de la clase de criados, que Dios haya dado, a todos ellos juntos, la dosis de inteligencia necesaria a un solo ser racional.
Las gallegas coruñesas no son, generalmente, muy hermosas; sin embargo, no son tampoco feas, y visten con lujo y elegancia. En ellas, lo que me desagrada es el acento, que aun al cabo de cerca de dos años que las oía hablar, no podía sufrir mi oído aquella detonación áspera y dura. Este acento gallego, hablando castellano, me desagradaría siempre, a pesar de que gusto del dialecto del país, que en la gente del pueblo bajo es dulce y gracioso.


Capitania General de Galicia en La Coruña, siglo XIX


He notado que personas finas, que pasan por bien habladas, usan rarísimos términos cuando hablan castellano, dando a muchas voces unas acepciones que me eran desconocidas. La voz quitar, por ejemplo, es empleada para expresar tantas cosas diferentes, que se dice quitar un retrato para decir hacer, o sacar un retrato, quitar el chocolate para expresar que se eche en la taza o pozuelo, y quitar un rigodón al piano, como si dijesen tocarlo. Hablando un día con una mujer que había servido en casa, me dijo que trataba de poner una casa de huéspedes o pupilos, y añadió: «Este es el mejor modo que veo para poder quitar la vida». Admirada de oír tan extraña conclusión, la hice mil preguntas, y comprendí que el quitar la vida era un sinónimo de buscar con qué vivir. Los hombres en La Coruña no son mal parecidos; aunque se dice que los coruñeses son los más morenos de Galicia, tienen, por lo general, hermosos colores. Visten bien y tienen modales bastante finos. Las damas (excepto algunas pocas de la alta aristocracia montadas por el gran tono), acostumbran a planchar sus vestidos ellas mismas, calcetan, guisan si se ofrece y se emplean en casa en otras mil faenas que una señora en mi país miraría como desagradable y que ni soñamos jamás poder hacer. Por eso, las americanas pasamos en Galicia por perezosas, holgazanas y poco aptas para el gobierno doméstico; y yo creo que es innegable que, bien por efecto del clima, bien por la educación, somos, en realidad, las cubanas por lo menos, más indolentes que las gallegas, y que rara mujer de nuestro país se sometería con gusto a ahumarse por la mañana en la cocina y pasar la noche con la calceta en la mano. En la clase del pueblo he admirado en las mujeres de Galicia un vigor y fortaleza que resiste a los trabajos más duros y al parecer más impropios del sexo.

Tumba del general Moore en el Baluarte de San Carlos

Siguiendo la costumbre que tengo de visitar el cementerio de toda población en que resido algún tiempo, estuve a ver el de La Coruña. Es chico y desaseado. En el llamado Baluarte de San Carlos vi la tumba del célebre general Moore, sencillo y elegante, que me agradó mucho. Todos los ingleses que vienen a La Coruña visitan con respeto la tumba de su malogrado compatriota; yo hice lo mismo sin ser inglesa, y no me retiré de aquel sitio sin decir con emoción este verso de un poeta moderno:

«Grata y blanda esta tierra te sea
si es que puede serlo nunca jamás
tierra extranjera...»



Labradores en plena faena cerca del camino de La Coruña a Santiago, siglo XIX


       Si no me engaña mi memoria en el día, fue el 23 de marzo (de este año de 1838) cuando salimos de La Coruña para Santiago en la diligencia, a las tres o cuatro de la madrugada. Son diez leguas de camino nada grato, que hizo la diligencia en trece horas; pero teniendo que llevar escolta, andaba despacio, y llegamos a Santiago, con un tiempo lloviznoso, a eso de las cuatro de la tarde.

Continuará…

Notas de la redacción:
  1. La descripción que hace Gertrudis Gómez de Avellaneda de la ciudad, así como sus juicios críticos, son apuntes de sus observaciones personales. Pero  los datos que ofrece acerca de la Torre de Hércules, los obtuvo, con toda certeza, a través de LA ESPAÑA SAGRADA, obra del Padre Flórez que estaba disponible, únicamente, en la biblioteca del Real Consulado de La Coruña en aquellos tiempos. (aun se conserva la citada obra y la biblioteca ¡existe!)
  2. La autora se refiere a la histórica biblioteca antes citada, lugar donde consultó revistas y periódicos, así como las obras de los románticos más notables de la época. En dicho gabinete compuso sus primeros seis poemas, y conoció a un jovencísimo Antonio Romero Ortiz que contaba entonces con dieciséis años, mientras estudiaba filosofía en la universidad de Santiago. En 1853, viviendo  ya en Madrid, ambos protagonizaron una ardiente relación, cuyo epistolario testimonial fue dado a conocer en 1975 (¡122 años después!) por el historiador José Priego Fernández.
  3. Al finalizar la edición de las Memorias de 1838, el blog La Divina Tula editará la Autobiografía, documento escrito por ella misma en 1839, con el objeto de abrir su corazón y tratar de conquistar el amor del sevillano Ignacio de Cepeda. En la Autobiografía se esclarecen muchos aspectos sobre la etapa coruñesa de la autora que harán más comprensible las descripciones y juicios emitidos acerca de la ciudad.
Si desea ahondar al respecto, solicite información a través del mail ladivinatula@gmail.com, la redacción del blog se pondrá en contacto con usted inmediatamente.

Todo lo reproducido en este post -salvo acotaciones y notas-, se ha tomado del original, ortografía y puntuación incluidos: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y sus memorias (páginas 261-266) Domingo Figarola Caneda, notas ordenadas o publicadas por Emilia Boxhorn, SGLE, Madrid 1929.

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