julio 20, 2012

MEMORIAS DE 1838 (II parte)

Vista de la antigua Pauilliac, pequeña ciudad a medio camino entre Budeaux y la punta de Grave en el estuario del Garona.


Primer cuadernillo (continuación)
Llegada a Francia: Puerto de Pauilliac *

Eran las seis de la tarde cuando saltamos en tierra en el muelle de Polláx (Pauilliac), y una multitud de gente se había agrupado allí para esperar a los viajeros. Cada dueño de hotel nos encarecía las ventajas del suyo, deseoso de ser preferido; otros nos perseguían para que les tomásemos para transportar el equipaje, y las vendedoras de frutas nos cercaban con sus canastos.

Pequeño muelle en el puerto de Pauilliac. Diariamente se aglomeraban aquí comerciantes para brindar a los pasajeros recién llegados, servicios de hospedaje y transporte.

Esta ansia del dinero me chocó de un modo desagradable, porque aún es desconocida en nuestra rica Cuba.

Pasamos la noche en Polláx (Pauilliac), y al día siguiente, a las ocho de la mañana, nos embarcamos en el vapor Bórdeles. Más de cien pasajeros nos encontramos a bordo, concurrencia que no disminuyó hasta Bourdeaux, pues, aunque el vapor deja gente en los pueblos del tránsito, también toma.

Vista general de una calle de Paulliac. En primer plano, a la izquierda, uno de los hoteles donde se hospedaban los viajeros procedentes de América.

Nada tan romántico y encantador como las vistas y perspectivas que se ofrecen a los ojos del viajero que hace en el vapor travesía de Polláx (Pauilliac) a Bordeaux en los meses de verano. Yo había visto en Cuba sus soberbios montes, sus campos vírgenes coronados de palmas y caobas; había extendido la vista por sus inmensas sabanas y detenídola en sus ricos plantíos... Sin embargo, me encantaron las campiñas deliciosas que adornan las márgenes soberbias del Garona.

En la campiña que adorna las márgenes del río Garona, se asientan varios castillos

Al llegar a Bordeaux, nuevas emociones de diferente género experimentó mi corazón. Paseando mis miradas por el cuádruple bosque que forman en aquella ría los masteleros de tantos buques allí anclados, mirando algo más distante cruzarse otros muchos en varias direcciones, cargados con las producciones de ambos hemisferios, sentí aquella especie de respeto que inspira una ciudad comercial en todo el auge de su opulencia.

Era la una del día cuando saltamos a tierra, y en uno de los muchos magníficos coches de alquiler que allí había esperando a los pasajeros del vapor, nos dirigimos al hotel de La Paz o de los Extranjeros.

Grabado de principios del siglo XIX de la gran ciudad de Burdeaux.

Atravesando las calles de Bordeaux, miraba con sorpresa y placer a todas partes: ¡Qué vida! ¡Qué gentío! ¡Qué movimiento! La elevación y hermosura de las casas, todas de piedra, me admiraba, tanto más cuanto que era ésta la primera ciudad de Europa que veía, y las casas de Cuba, generalmente bajas, nada presentan que pueda dar una idea dé la magnificencia de las de una de las primeras ciudades de Francia.

Cuando recuerdo ahora, Eloísa mía, los días agradables que pasé en Bordeaux, paréceme que ha sido un lisonjero sueño. Es hechicero el trato francés; mi pasión por ellos, ha sido justificada, y no salí de Bordeaux sin mil pesares de dejarlo, mil esperanzas de volver a verlo y mil gratos recuerdos que aún conserva mi corazón.


* Reproducción fiel, salvo acotaciones, de lo publicado en: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y sus memorias (páginas 253-254) Domingo Figarola Caneda, notas ordenadas o publicadas por Emilia Boxhorn, SGLE, Madrid 1929.

Continuará...

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